En los últimos meses ha cobrado renovada vigencia el debate en torno al proyecto del tren bioceánico, que busca conectar los océanos Atlántico y Pacífico. Esta ambiciosa iniciativa, concebida como una infraestructura clave para dinamizar el comercio entre América del Sur y Asia, ha recobrado impulso tras la firma, días atrás, de un memorando de entendimiento entre Brasil y China para evaluar la viabilidad técnica, económica y operativa de una de las rutas posibles para este corredor ferroviario.
Si bien dicho acuerdo fue suscrito sin participación directa del Gobierno del Perú, resulta importante subrayar que se trata únicamente de una etapa preliminar de estudios, sin implicancia ejecutiva alguna ni afectación a la soberanía nacional. En caso de que los resultados de estos estudios resulten positivos, el proyecto podrá ser oficialmente presentado al Estado peruano, quedando a criterio de nuestro país analizar su incorporación conforme a sus intereses estratégicos y principios soberanos.
Respecto al trazado de la futura vía férrea, se barajan diversas alternativas. Sin embargo, la opción más factible es aquella que aprovecha la infraestructura de conectividad ya existente, particularmente el eje vial de la IIRSA Sur, que une el puerto de Matarani con la frontera amazónica de Iñapari. Este corredor consolidado no solo representa una base logística eficiente, sino que también permitiría superar uno de los principales obstáculos actuales: la oposición de comunidades nativas y organizaciones ambientalistas a la construcción de una nueva infraestructura en zonas sensibles de la Amazonía.
Aprovechar una vía ya desarrollada no solo racionaliza costos y tiempos, sino que también minimiza el impacto ambiental y social, al evitar la apertura de nuevos frentes de intervención. El mismo enfoque –según hemos tomado conocimiento a través de la Cámara Brasil-Perú y del foro internacional llevado a cabo el 26 de junio organizado por nuestra Cámara– se estaría tomando desde el lado brasileño, alineando esfuerzos en torno a rutas ya habilitadas.
La posible implementación del tren bioceánico representa, pues, una oportunidad sin precedentes para el Perú. Permitirá diversificar las rutas comerciales hacia Asia –evitando la dependencia del canal de Panamá o las rutas marítimas más largas por el extremo sur del continente– y fortalecerá las exportaciones de productos agrícolas, minerales y manufacturados, en especial desde regiones actualmente excluidas del circuito logístico internacional.
Se estima que esta infraestructura podría movilizar hasta 40,000 toneladas de carga diaria (particularmente, productos agrarios desde diversas zonas del centro y oeste del Brasil como soya, maíz, azúcar), con altos estándares de eficiencia y costos competitivos. De materializarse, el impacto sería transformador: generación de miles de empleos directos e indirectos, dinamización de economías regionales, atracción de capitales privados así como posicionamiento del Perú como hub logístico del Pacífico Sur con el megapuerto de Chancay como pieza estratégica en la salida de mercancías hacia Asia.
Aunque su desarrollo enfrenta retos significativos –en lo técnico, normativo y ambiental–, la ejecución del proyecto podría redefinir un importante rol de posicionamiento del Perú y de Sudamérica en el comercio global. Es imprescindible que el país adopte una actitud proactiva, estratégica y soberana en cada una de las etapas de este proceso de integración continental. El Perú debe sumarse a este propósito para que tan importante obra de conectividad sea una realidad y no se convierta, una vez más, en una gran posibilidad de pérdida.