En el Parque Nacional Alerce Costero, al sur de Chile, se encuentra el “Gran Abuelo”, un majestuoso alerce (Fitzroya cupressoides) cuya edad estimada de 5,400 años lo convierte en el árbol más antiguo del mundo. Este ejemplar milenario y el ecosistema que lo rodea enfrentan una grave amenaza: el Gobierno chileno ha propuesto reabrir una antigua carretera maderera para construir una autopista que atravesaría esta área protegida. Aunque se argumenta que el proyecto busca mejorar la conectividad y fomentar el turismo, científicos y comunidades locales denuncian que su verdadero propósito sería facilitar el acceso a recursos forestales, en particular la valiosa madera de los alerces.
El científico chileno Jonathan Barichivich, quien ha estudiado al Gran Abuelo durante años, sostiene que esta carretera beneficiaría principalmente al transporte de productos hacia el puerto de Corral, clave para la exportación de celulosa. Esta apertura podría acelerar la explotación forestal en una zona de alta fragilidad ecológica. Investigadores como Rocío Urrutia advierten, además, que las carreteras suelen aumentar el riesgo de incendios forestales, ya que más del 90 % de los siniestros en la región se inician cerca de caminos. “El alerce es una especie en peligro”, alerta. “Un solo incendio puede arrasar con las últimas poblaciones.”
Frente a esta amenaza, un grupo de científicos llevó su preocupación a la revista Science, una de las más influyentes del mundo académico. Su carta, basada en años de investigación y apoyo comunitario, generó una ola de apoyo nacional e internacional que llevó al Gobierno a suspender temporalmente el proyecto. Sin embargo, los expertos advierten que la amenaza sigue latente y que cualquier intervención mal planificada podría tener consecuencias irreversibles para el ecosistema del parque.
Los alerces no solo son valiosos por su antigüedad, sino también por su capacidad de registrar cambios climáticos. Cada uno de sus anillos anuales contiene información clave para reconstruir la historia climática de la Tierra. Esto convierte al Gran Abuelo en un archivo viviente que permite entender cómo ha variado el clima en los últimos milenios. Además, los bosques de alerces actúan como sumideros de carbono, absorbiendo grandes cantidades de CO₂ y contribuyendo así a mitigar el cambio climático.
Barichivich, quien creció entre estos árboles, tiene una conexión personal con el Gran Abuelo: su abuelo Aníbal lo descubrió en 1972, cuando trabajaba como guardabosques. Hoy, junto a su madre y un equipo de científicos de distintos países, continúa la labor de proteger este patrimonio natural. “Di mis primeros pasos en este bosque con mi abuelo”, recuerda. “Me enseñó los nombres de las plantas antes de que supiera leer.” Para Barichivich y muchos otros, el futuro de este bosque no solo es un tema científico, sino también profundamente humano.